Gaudete et Exultate |
Hoy, la
segunda lectura del día de Todos los Santos, nos habla a los que ya vemos, a los que seguimos
a Jesús por el camino de esta vida hacia la Jerusalén de Arriba, invitándonos a abrir
bien los ojos y a mirar:
El problema de un ciego es que, por no poder ver nada, todo
le resulta mucho más difícil y limitado. El problema de los que vemos es que
podemos estar mirando y haciendo demasiadas cosas a la vez, y que precisamente
por eso, muchas veces nos complicamos la vida y la hacemos difícil. Tan
complicada que, en muchos casos, perdemos de vista el camino y la meta.
Dios nos ha llamado, como a Bartimeo, de nuestras oscuridades
a su Luz, con el fin de que viendo la luz, andemos en luz y en novedad de vida.
Es decir: para que seamos santos, porque “así como el que nos ha llamado es santo, así
también nosotros hemos de ser santos en toda nuestra conducta,” 1 Pedro
1, 15
https://www.youtube.com/watch?v=8GoV_qe3UzQ (pincha el enlace) |
<< Los santos de la puerta de al lado >>
Nunca nadie ha dicho que ser santo iba a ser fácil, pero Dios
sí dice que es posible. Para el que mira a Él, creyendo, todo es posible. Todo
depende de a dónde se dirija nuestra mirada, porque dependiendo de a donde
miramos, allí es donde se arraiga el corazón y se dirigen nuestros pasos.
Es preciosa la visión que san Juan tiene en la 1ª lectura, Ap
7, y es alentador saber que esa visión la tiene en medio de un sinfín de
contrariedades, persecuciones y hasta del destierro en la isla de Patmos. En
medio de todo eso, san Juan sabe a dónde y qué MIRAR, alentandonos a mirar y contemplar lo
mismo.
Cuando miramos y vemos el Amor que Dios NOS tiene, cuando nos
sabemos hijos suyos, coherederos de Dios y HERMANOS en el Hijo, llegamos a ver
muchas cosas que, como a san Juan, se nos puede hacer difícil de entender y explicar,
pero que Dios mismo se encarga de escribir en nosotros, en nuestra vida, para que el mundo nos pueda
leer y de alguna manera entender. El mundo nos mira.
Es vital que nosotros: “Miremos el amor que nos ha tenido el Padre”. Y que NO nos miremos unos a otros viendo cómo somos, sino lo que somos: “Ahora somos hijos de Dios”. No dice que ahora seamos perfectos, sino hijos de Dios. Perfectos ya
seremos después, y lo seremos todos, no nos desanimemos,
al contrario, hay esperanza.
Todos tenemos cosas que deberíamos cambiar y mejorar, pero ¡paciencia!, Dios aún no ha terminado,
sigue trabajando en cada uno. Los santos no han sido santos por no caer nunca,
sino por saberse levantar cada vez que cayeron. No fueron santos porque lo
sabían todo, sino porque amaron y vivieron lo que sabían. No eran perfectos, pero
creían en Jesús, quien por su muerte y resurrección, sí podía presentarles perfectos
delante del Padre. Y nosotros formamos parte de ese mismo Cuerpo que ellos
formaban, la Iglesia, que es y debe vivir en santidad: porque “…la
santidad es el ornato de tu Casa, oh Yahveh, por el curso de los días.” Sal 93
La primera condición para ser santo es reconocerse pecador, la
segunda no es menos importante: saberse pecador perdonado. Amado por Dios,
engendrado por Dios, hijo deseado de Dios.
A un hijo no le es difícil amar a sus padres, no le cuesta permanecer en el hogar junto a ellos, ama a sus padres y a sus hermanos. No le es difícil compartir la genética y la educación que le han procurado sus progenitores. Visto así, tampoco debería costar tanto ser santo, pues no es difícil ser feliz allí donde reina y vive el amor, la fraternidad, la comprensión y el perdón. No pensemos en que es demasiado difícil ser santos, lo difícil es que en verdad queramos serlo.
Ánimo, el Señor nos llama.
«Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre» (Concilio Vaticano II)
A un hijo no le es difícil amar a sus padres, no le cuesta permanecer en el hogar junto a ellos, ama a sus padres y a sus hermanos. No le es difícil compartir la genética y la educación que le han procurado sus progenitores. Visto así, tampoco debería costar tanto ser santo, pues no es difícil ser feliz allí donde reina y vive el amor, la fraternidad, la comprensión y el perdón. No pensemos en que es demasiado difícil ser santos, lo difícil es que en verdad queramos serlo.
Ánimo, el Señor nos llama.
«Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre» (Concilio Vaticano II)
Joan Palero
Saludad a todos los santos en Cristo Jesús. ... Os saludan todos los Santos, ... Fil 4, 21-22