Domingo 20 de octubre de 2019  -  29º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Éxodo 17,8-13 - Sal 120,1-2.3-4.5-6.7-8 - 2 Timoteo 3,14–4,2 - Lucas 18,1-8

Hace tres domingos, con la parábola del Rico y Lázaro, el evangelio subrayaba la importancia de una fe en Dios por encima de los propios intereses. Una fe en Dios y que se abre a los demás, buscando el Reino de Dios y su justicia por encima de reinos personales y limitados, edificados sobre la injusticia del individualismo y la auto referencia. Una fe que no viene a través de acontecimientos ruidosos, rimbombantes ni extraordinarios de Dios, sino de la escucha en silencio de la Palabra Dios. Palabra que anuncia con evidencias que Dios no tiene su corazón,  ojos y oídos, puestos en Sí mismo, sino en el clamor de los pobres; y que denuncia y condena todo tipo de egoísmo inmisericorde.

En el evangelio del domingo siguiente, ante las enseñanzas y obras de Jesús, los apóstoles reconocen su pobreza en la fe, y claman:
Señor, ¡Auméntanos la fe!  

A lo que el Señor, siempre atento al clamor de los que se reconocen necesitados de Él, responde siempre de las mejor de las maneras, esta vez como diciéndoles:
Ejercitad la fe que tenéis. 
Con ella es suficiente para decirle a cualquier razonamiento contrarío: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y así será. Creed, no esperando de una fe puesta en el Invisible, premios, reconocimientos ni consideraciones visibles. Creed y haced lo que sabéis que tenéis que hacer, con fe, sin la necesidad de ver. Creed, y veréis la gloria de Dios.
¿Quieres tener más fe? Vive la que tienes.



El pasado domingo, en el evangelio de los pobres, el de san Lucas, con la historia de los diez leprosos curados nos presentaba la fe que salva. La que nace de nuestra necesidad y de la experiencia del encuentro con Cristo, por encima de cualquier otra cosa. Una fe que regenera y vivifica nuestro ser enfermo. La fe que por encima de las ordenanzas: "id y presentaos a los sacerdotes", cambia la vida y nuestros caminos, haciéndonos retornar siempre a Jesús, llenos de un gozo inmenso e indescriptible, que solo puede ser descrito con una vida y un corazón agradecido.
Una fe que nos viene de Cristo y nos convierte en testigos de su salvación. Una salvación evidente, que no se puede contener, callar ni esconder, que urge ser demostrada y compartida, y que solo así nos hace crecer en fe y para fe; aunque me tomen por...,  molesto o pesado.

Molesta y pesada resultaba ser también aquella viuda que, en el evangelio de este domingo, insistentemente pedía justicia ante el juez. Un juez que, más que juez parecía ser solo un mero funcionario, pues ni temía a Dios ni le importaban los hombres, él vivía a su bola.
Cuanto me gustaría que la palabras de Jesús fueran siempre en pasado: "Había una vez ...", pero sabemos que no es así. En todos los tiempos y ámbitos de la vida existen personas que son lo que no son, y otras que sin ser nada (como nada era una mujer viuda en aquella sociedad), tienen un sentido y amor a la justicia mayor que la de muchos jueces, ...
El propósito de Jesús, ayer y hoy, es que creamos sin desfallecer. Que las personas no sean el motivo justificado para nuestra incredulidad; siempre será bueno recordar que también somos personas muchas veces absorbidas por nuestras propias bolas, y que estas aveces resultan injustas para otros.
Dios es el único Justo y Bueno. Él tiene su tiempo para todo y todos, no es ajeno a nosotros ni a lo nuestro, nos escucha sin darnos largas, solo que en ocasiones no entendemos su lenguaje, ni que su tiempo no es el nuestro, ni tampoco sus propósitos para con nosotros.
A Jesús parece gustarle la insistencia de aquella mujer que no se da por vencida hasta lograr lo que quiere, y pregunta: ...cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? 
Vivir, perseverar, insistir y persistir, no mirando las cosas que se ven, sino las que no se ven y que sólo son alcanzadas y vistas  por la fe. Jesús vendrá, sí, pero a le vez está y viene cada día a nosotros. A diario, la Iglesia exclama con perseverancia e insistencia el deseo de su corazón:
¡Ven, Señor Jesús!
El viene, pero... ¿encuentra esa fe en la tierra?


Joan Palero


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