Domingo, 30 de octubre de 2019 
30º Tiempo Ordinario - C
Eclesiástico 35, 12-14.16-18 - Sal 33 - 2ª Tim 4, 6-8. 16-18
San Lucas 18, 9-14


   El domingo pasado, con la parábola de "la viuda pobre y el juez injusto", el evangelio dirigía las miradas hacia  la imperfección del hombre y su justicia. Una justicia muchas veces sorda, lenta, perezosa, y siempre incompleta. Es la justicia de los satisfechos, esa que se detiene en la inmediatez, incapaz de ir más allá de sí. Esa que si le insistes, al final, por fastidio o por las apariencias y el qué dirán, puede llegar a considerar muchas cosas, pero no la más importante: la de ponerse en la piel del oprimido y sufrir su dolor, el peso de las injusticias, propias y ajenas. 


Las lecturas de este domingo ponen la mirada en Dios. El único Justo y veraz, ante el cual el hombre queda mentiroso y manifiesto de que todas sus justicias son como trapos de inmundicia. 
"El Señor es Juez, para él no cuenta el prestigio de las personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido." Eclesiástico 35, 12-14.16-18

Él tiene el derecho de condenar, y condena las bien o mal intencionadas "justicias" del hombre, buscando siempre la más alta meta para la buena realización de todas las personas.
Dios no solo escucha desde el Cielo el clamor de la opresión humana, sino que en Cristo se viste de humanidad y viene a sufrir ese encuentro. Encuentro de Paz y Justicia, encuentro de la Verdad y el Perdón. En Jesús, Dios no juzga y condena al hombre. Jesús es juzgado y condenado ocupando el lugar del hombre, para que este pueda ser perdonado.

Con la parábola del fariseo y el publicano, con la historia del mundo, de la Iglesia,  la de nuestro país, la personal de cada uno, bastaría ya para dejar todo tipo de orgullos, de comparaciones, de juicios vanos y según de con quién se trate. Debería bastar para dejar de ser, o intentar ser prestidigitador en las cosas de Dios. ¿A quién engañaré sino a mí mismo?
Dios juzga que "Todos somos pecadores y culpables. Que no hay quien sea justo, ni siquiera uno solo... (Romanos 3) Pues si la misma Justicia que me juzga, ella me perdona, 
¿dónde está pues el derecho a gloriarme? 


Joan Palero

...mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren R/.R/. El afligido invocó al Señor,
y él lo escuchó
Salmo 33






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