Domingo Sexto de Pascua - Ciclo C

   
En la segunda lectura de este domingo: Ap 21, 10-14, 21-23, encontramos cómo el apóstol Juan es transportado en éxtasis, por un ángel, a contemplar la gloria de la santa ciudad, Jerusalén, que desciende del cielo, siendo enviada por Dios y portadora de Su Gloria. La descripción de la contemplación del apóstol, además de bella, es tan profunda y llena de significados que los competentes no deberían dejar nunca de enseñar y recordar. 
En la primera lectura:  Hch 15, 1-2, 22-29, con algo de contraposición a la segunda, el autor muestra la realidad de la Iglesia en la tierra. Una realidad que, después de dos mil años de historia, no parece haber cambiado demasiado, supongo que porque el hombre sigue siendo hombre, y uno es el espíritu del hombre y otro el Espíritu de Dios. (1ª Corintios 2, 6-16)

Como san Juan, de alguna manera creo que todos tenemos en nuestro interior una especie de sueño, una visión de cómo creemos y nos gustaría que deberían ser las cosas, pero como Pablo y Bernabé, nos vemos envueltos en la realidad de que aún siendo Iglesia, estámos en la Tierra y en el tiempo. Una realidad tejida en contradicciones, en ideologías y altercados, en discusiones producidas por los distintos puntos de vista que como humanos podamos sufrir, y que en lugar de mostrar la belleza de una Iglesia que desciende de Dios, muestra la fealdad que sube en el corazón de los hombres. La fealdad de los intereses (X) al margen de Dios, la de la desunión y el partidismo dentro del mismo Cuerpo, la de la enemistad y la separación, la confusión, el error, las alarmas y las inquietudes de muchos, producidas por las palabras de unos cuantos.


Siempre será bueno que, como san Juan, cada uno pueda tener la disposición de poder ser transportado a contemplar la santa ciudad, en lugar de permanecer inamovibles cada uno en su propio terreno. 
Qué importante es mirar para arriba, al Padre de todas la luces, para ser liberado de las sombras humanas. 

Qué importante ser como el Maestro, manso y humilde de corazón. No pretendiendo ser sabio en las propias opiniones. Descansar como Jesús, en la seguridad de las palabras del Padre:
"Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió."  
Qué importante el diálogo en la Iglesia, dentro y fuera de ella. "La iglesia es diálogo", decía Pablo VI. No es un campo de batalla contra las personas, sino contra el error y las fuerzas del mal.
Qué importante la colegialidad, el equipo dentro de sus murallas, murallas que descansan sobre el magisterio apostólico, y como los apóstoles poder decir juntos:  
"Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables...

Que bendición es poder entender que solo nos elevamos cuando descendemos, 
sin la necesidad de trepar. 
Joan Palero
Pau i Bè !
"El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; ... (Salmo 66)


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