Domingo 32º Tiempo Ordinario /b



Nuevamente, la Palabra de Dios nos insta a poner la fe  a la escucha de Dios. A  observar, a levantarse y ponerse en camino. 
A SALIR DE SÍ, A IR AL ENCUENTRO DEL OTRO.


1ª Lectura: 1ª Reyes 17,10-16 
“el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta, 
y, al llegar a la puerta de la ciudad,
encontró allí una viuda que recogía leña.”




   Como a nosotros, también al profeta Elías le tocó vivir tiempos de crisis, de grandes necesidades. Una gran crisis de fe, moral y material, que como siempre tiene su origen en el abandono de Dios por el afán de poder. 
Estará bien escuchar a Dios, observar el comportamiento de Elías en tiempos tan difíciles, y sacar conclusiones para conducirse y sobrevivir, por la fe, en unos tiempos tanto o más difíciles que los del profeta.

En aquellos días, a causa del poder político y religioso, también Israel andaba dividido. El rey Acab había hecho lo malo ante los ojos del Señor, más que todos los que reinaron antes de él. La idolatría ocupaba en Israel el lugar que le correspondía a Dios, como consecuencia se cerraron los cielos, no había comunicación, relación con Dios. Israel se estaba secando, lentamente empezaba a morir su muerte, sumido en ritos y sincretismos. 


¿Se habrá olvidado Dios de ser clemente, o habrá cerrado de ira sus entrañas? 
Sal 79, 7
No, Dios no se olvida de su pueblo. Donde abunda el pecado, El Señor sabe hacer que sobreabunde su Gracia. Ahí está Elías, el profeta, el remedio de Dios. Un hombre, sujeto a las mismas debilidades humanas de Israel y nuestras, pero con el Espíritu de Dios y que vive a la escucha de Dios. Un hombre que sabe observar, ver lo que pasa, y que es capaz de levantarse y ponerse en camino hacia donde Dios le indica. Un hombre con visión, que busca soluciones divinas, no humanas, porque sabe que las soluciones humanas son la clave del problema. Por eso el profeta es perseguido, incomprendido y despreciado, por ir en contra de los intereses de muchos, sobretodo de los más importantes. 
El profeta no teme, a la escucha de Dios ha aprendido a esconderse y acogerse bajo el amparo del que todo lo puede. Así que, escondido en el arroyo de Querit, beberá sólo del agua que Dios le da (Agua de Vida), y será sustentado sólo por el pan y la carne que Dios le suministra a través de unos cuervos. Elías no teme que su alimento esté contaminado por lo inmundo de esas aves, consideradas inmundas por la Ley de Dios. Él ve en ellas las manos de Dios, manos que dan y que a la vez le piden lo mismo que dan, para el bien suyo y de los demás. Elías es obediente, dócil a la ley del espíritu, no es rigorista, sabe que la ley ha sido dada por causa del hombre, no el hombre por causa de la ley. 

El profeta huye de la idolatría, pero pronto el mal de ésta le alcanzará, se verá afectado por las consecuencias del pecado de su tiempo. El arroyo se secará, y Elías tendrá que salir de su escondite, tendrá que escuchar y seguir nuevas órdenes del Señor.


ELÍAS ESTÁ ABIERTO A LA NOVEDAD DE DIOS, atento y a la Escucha. No está aferrado a las instrucciones del pasado ayer, sino a la necesidad del hoy y del momento.
En tiempos de gran sequía,  lo más razonable hubiera sido estar cerca de ciudades importantes con grandes graneros y recursos, pero por su fidelidad a Dios es perseguido, y gracias a la persecución no puede caminar por su lógica y pensamientos, sino solo por la fe y la escucha atenta a Dios. Así es como recibe la indicación de Dios y es conducido a Sarepta.  Una pequeña ciudad que ni era, ni fue nunca importante. Una ciudad limítrofe, fronteriza con el Mediterráneo, periférica, alejada del núcleo social y religioso. Una ciudad de Fenicia, de donde venía el origen del mal y del desastre que sufría Israel. 
Jezabel, la princesa fenicia casada con Acab, fue quien introdujo en Israel la adoración a Baal y Astarté, idolatría que casi eliminó la adoración de Dios. Sin perder pasos, y por la persecución de su propio pueblo, es guiado al origen y a la causa del problema, al último rincón para encontrarse con los últimos, con los olvidados, con los paganos, con los más pobres de entre los pobres, con los pecadores, con los necesitados de encuentro y vida.

https://www.youtube.com/watch?v=3xL_JtgN42U
(haz clic para ver vídeo)


Entre tantas viudas como había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. 


Lc4,25-26
¿Sarepta? ¿A una viuda fenicia, pobre y moribunda? ¿Y si Dios, o yo, nos equivocamos?

Elías no duda, se fía de Dios, aparca sus razonamientos y prejuicios, se  levanta y va hacia donde aparentemente solo puede encontrarse con el hambre, la muerte y la extinción de la fe y el profetismo. 



Es significativo recordar que Dios había encomendado a su pueblo el cuidado de las viudas con órdenes y leyes, y que la Ley impedía quitarles o pedirles nada. Pero el profeta no dudará, escuchando a Dios ha aprendido a depender de Él, a pesar de la inmundicia de los cuervos y de sus propios prejuicios. No vacila en PEDIRLE TODO a una viuda que no tiene NADA, pues sabe que el propósito de Dios es convertir en TODO nuestra nada.  Nuestra muerte en vida, nuestra escasez en abundancia, nuestra poca o mucha fe en don de vida para nosotros y los demás. Elías no fue un profesional de la fe, sino un profeta de Dios. No le gustaba pasear, sino que caminaba con Dios. No vestía amplios ropajes para impresionar, ni buscaba el reconocimiento y la consideración de las masas. No era un devorador de los bienes de las viudas, con pretexto de ayudas con largos rezos. 
Elías supo recibir de Dios el don de ser DON PARA LOS DEMÁS.
Evangelio según san Marcos 12,38-44

Fué un profeta que estuvo donde tuvo que estar. Llegó donde hubo que llegar, alcanzó lo que se ha de alcanzar: El corazón del hombre viudo/a Y NECESITADO de Dios. Un profeta que no murió, sino que fué arrebatado al cielo. Un profeta por el que Dios aún nos sigue hablando, porque el espíritu de Elías era, es,  el Espíritu de Dios. Espíritu de encuentro, de Vida y abundancia. 
Como profetas: ¿Hacia dónde vamos, qué damos, qué pedimos?
Como escogidos de Dios: ¿Con qué, para qué y para quién amasamos nuestra harina? 
Joan Palero
Os digo: Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan;
sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él.
Lc 7, 28





Dame, hijo mío, tu corazón, y que tus ojos se deleiten en mis caminos. Prv 23, 26

Elías le dijo: «No temas. Anda, prepáralo ... "La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra."»

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