Domingo 33º T.O (B



Todo tiene su tiempo bajo el cielo.
 Ya casi hemos llegado al final del tiempo litúrgico actual para dar paso, con el Adviento, a uno nuevo. Un hecho que se repite cada año y nos ayuda a entender mejor que en Dios nada termina, sino que en Él todo resurge, se renueva, y que  Dios restaura lo pasado.

En la primera lectura de este domingo, el profeta Daniel anuncia  tiempos difíciles, como no los ha habido en la historia de los hombres. Pero Daniel no es un profeta de calamidades, es profeta de Dios, de un Dios que ama, acompaña y se ocupa de su pueblo siempre. En tiempos buenos y malos, y que precisamente en los tiempos más difíciles, “ENTONCES” ... salva a su pueblo”. (Daniel 12, 1-3)

En el evangelio, Jesús, que es Profeta, Sacerdote y Rey, también anuncia a sus discípulos la realidad que se avecina: una gran angustia para toda la humanidad, pero una angustia acompañada de la promesa de su presencia entre los suyos, hasta el fin. Una gran angustia que se convierte en reencuentro y en un nuevo principio.
¡Cuántas tribulaciones y angustias acabarían en el mundo si levantásemos los ojos al cielo!   La falta de fe nos hace cortos de vista. Levantamos los ojos buscando socorro, alivio y soluciones, pero no más arriba de los montes, de los poderosos y grandes de este mundo, poniendo nuestra confianza en brazos de carne. Mientras tanto aumentan nuestras angustias, y nos enredamos en nuestras propias redes, mirándonos unos a otros, sin creernos del todo que el socorro que necesitamos "sólo puede llegarnos del Señor, que hizo el cielo y la tierra."  







“Para los cristianos creyentes todo lo que hay de catastrófico, caótico,  calamitoso, o de negativo en el mundo tiene un sentido positivo y esperanzador:
El alumbramiento de un tiempo nuevo, un mundo nuevo, una nueva creación.”





                  No faltan en cada tiempo los “profetas de calamidades”, los negativos, los que todo lo ven mal, los que no ven más allá de sus propias ideas, de sus puntos de vista, de sus propias narices. Los que atemorizan a sus contemporáneos con juicios, interpretaciones privadas y catastróficas sobre el final de cada etapa o cada uno de los tiempos. Los cortos de vista que solo ven el principio del fin, sin ver que el fin de Dios es hacer siempre nuevas todas las cosas. Los fríos por la frialdad de la letra, que sin el calor del espíritu, se han acostumbrado al letargo invernal de ritos vacíos, de iglesias vacías, incapaces de poder leer y discernir los signos y las necesidades de cada tiempo. Los incapaces de hacer nada que no sea lo mismo de siempre, los temerosos que solo saben hacer lo que toca, cuando lo que toca es mirar, ver, buscar realidades que satisfagan las necesidades trascendentales de los hombres. En tiempos difíciles no podemos enterrar los talentos, se desvalorizan. Los hombres verán lo que nosotros miremos, no lo que les indiquemos, y en juego están las grandes angustias de la humanidad.




Jesús enseña e invita a sus discípulos a aprender, a saber discernir, a leer los signos de los tiempos. A andar en consonancia, a estar preparados y esperanzados. Ceñidos en la Verdad de su Palabra, una Verdad que no pasa, pero que se actualiza en nosotros cada día y en cada tiempo.  
También Benedicto XVI, alentó a buscar signos de los tiempos para encontrar a Dios, y se refirió al libro del Apocalipsis como “libro de Juicio, de Salvación y sobre todo de Esperanza. 


El Maestro nos ha dado su Espíritu, el Espíritu de Verdad, el que de verdad nos puede enseñar todas las cosas, para que como Iglesia  aprendamos a leer los signos de los tiempos. Y para que siendo en Él “profetas, sacerdotes y reyes”, seamos en cada tiempo motivo de Esperanza y Nuevos Comienzos para la humanidad. En ello se esforzaron san Juan XXIII , san Pablo VI y la Iglesia, hace cincuenta años, en leer los signos de los tiempos y ser Esperanza para el mundo en “tiempos difíciles”. Un trabajo difícil para hombres, por tratarse de trabajo que en el evangelio se les designa a los ángeles:  Reunir a los elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. 
En tiempos difíciles, también los trabajos son difíciles, por lo que no podemos permitirnos caer en las tentaciones de la facilidad o comodidad. Nadie nos dijo que ser Iglesia iba a ser fácil, pero sí posible. Jesús es el Camino, y la Iglesia lo camina en continuidad, sin desviarse ni detenerse, pese a los profetas de calamidades. Francisco no desistirá de seguir el camino profético, con gran empeño y pasión. Sabe que a veces el tiempo no es favorable, pero que hay que seguir remando.
 Joan Palero






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