Jesucristo, ¿Rey de mi universo?


Aquel que nos ama, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino... 

   El 11 de diciembre de 1925, el Papa Pío XI instauró la solemnidad de: “Jesucristo, Rey del Universo” a través de la encíclica Quas Primas. Posteriormente, san Pablo VI la trasladó al último domingo del año litúrgico. Desde entonces, la Iglesia  cierra con esta solemnidad el ciclo litúrgico, dando paso a uno nuevo con el adviento. Un signo repetitivo, que de alguna manera, nos recuerda que al final de los tiempos Cristo volverá a instaurar un nuevo tiempo, una nueva etapa para la humanidad. Un Reino de paz, donde el cordero y el león podrán pacer juntos. Un Reino real, que pudiera parecer de fábula o de cuentos, que puede ser tenido como lejano o próximo, como posible o como imposible, según sea nuestra capacidad de fe, pero que en realidad ya se está formando, ya está entre nosotros, porque el Reino está  en nosotros.
 
Para verlo, no es necesario tener que ir ahí o allí, salir al desierto o entrar en determinados aposentos. Ya no cabe preguntar si será en Jerusalén o en Samaria, pues alcanza hasta el último rincón del mundo donde ha sido sembrada su semilla y haya germinado en espíritu y en verdad. Está en el mundo, pero no es de este mundo, por lo que no se rige por las estrategias de gobiernos de este mundo, ni tiene fronteras. Es el Reino de Dios, del Dios de Israel, sí, pero también del Dios creador y redentor del universo. Un Dios que “tanto amó al mundo que dio a su Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida”.  (Jn 3, 16)
 Cristo en nosotros, la esperanza del mundo. Un mundo agonizante que sufre y gime ansioso por la manifestación de los hijos de Dios, del Reino de Dios entre nosotros y en nosotros. Cristo es la Vida del Reino, por lo que sus súbditos vivirán como él vivió y manifestarán así su Señorío y Realeza. (1ª Jn 2,6)
Sin apariencias, grandezas ni espectacularidad, nacerá entre los más pobres de entre los
Jesús, Rey Pobre entre los pobres
pobres, en la humildad de un pesebre de una de las ciudades más pequeña de Judá. Crecerá  sin prisas, en la humildad de un hogar pobre; perseguido por los poderosos y celosos de poder. En silencio, desapercibido, esperando el momento de su manifestación, huyendo de las tentaciones y grandezas de cada momento. Siendo hijo, hermano, amigo, maestro, médico, salvador, siervo … y será en la humildad y en la pequeñez donde manifestará su grandeza de Dios y Rey.
Jesús, Rey Humilde

No es extraño, pues, que previo al retorno de Jesús, Dios produzca un gran apagón en el mundo, como leíamos el pasado domingo: El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes, con gran poder y majestad. Pues para que todo ojo pueda ver al Rey, es necesario que Dios vaya apagando nuestras
Jesús, Rey Misericordioso
glorias. Es necesario que Él crezca y yo mengue, diría el Bautista. Es necesario que las estrellas, los artistas del momento, caigan de sus escenarios aunque ello cause grandes estruendos, escándalos, muertes, rupturas, cismas y separaciones. Ante tanto estrépito, no nos preguntemos el porqué, más bien consideremos para qué.
Que Jesucristo viene es una realidad que solo puedo manifestar con la realidad de que yo vivo esperándole: “Ven, Señor Jesús”.
 Que Jesucristo es Rey del Universo es una verdad que solo podré confesar si en verdad es el Rey de mi universo. Todo lo demás son palabras, y precisamente, el reino de Dios no consiste en palabras, sino en hechos y en poder.
Jesucristo, Rey del Universo. 
¿Dices eso por tu cuenta, o te lo han dicho otros de Él? 
Joan Palero


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Domingo, 3 de noviembre de 2019    31º del Tiempo Ordinario - Ciclo C Más que un método de lectura de la Biblia, ... Es Encuentro con...