Domingo, 3 de Marzo de 2019
8º Tiempo Ordinario (C)
Lecturas: Eclo 27, 4-7; Sal 91; 1 Cor 15, 54-58
Evangelio: Lc 6, 39-45  (Leelas en este enlace)

Nos define lo que, saliendo del corazón,

hacemos.

   

Las cuatro lecturas de este domingo tienen en común la figura del árbol. Es verdad que la segunda lectura no usa dicha figura, pero sí una cualidad propia de los árboles, la de:
"mantenerse firmes e inamovibles".
  Dios creó al hombre y a la mujer y los puso entre árboles. Desde el principio, los árboles han tenido un vínculo estrecho entre Dios y la humanidad.  
Por nuestra inestabilidad, falta de firmeza, del fruto de un árbol nos vino la muerte. Por la firmeza e inamovilidad del corazón de Dios, del fruto del árbol de la cruz nos devolvió la Vida. 



Mirad el árbol de la cruz,
donde estuvo clavada 

la salvación del mundo.
¡Venid a adorarlo!

  Dios habla a través de su Palabra, pero también con mucha claridad a través de su creación, la "Obra de sus Manos".
"Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa" 
(Ro 1,20)  
Él se manifiesta por lo que dice y por lo que hace, y lo  que dice, se hace entendible cuando lo hace.


Dios dijo, y fue hecho.


  Así que, lo que mejor define a Dios es el poder creador, vivificante y renovador de su Palabra. Una Palabra firme e inamovible que, saliendo de su misma esencia, como en los árboles, se vuelve fruto que nos revela el corazón de Dios.
  
"El fruto revela el cultivo del árbol,
así la palabra revela 
el corazón de la persona"

Salmo 91
  Los árboles, como el resto del reino vegetal, no emiten sonidos por sí mismos. Son mudos, no hablan, pero tienen mucho que decir al contemplarlos en silencio. Tanto que Dios, en las Escrituras, los usa en numerosas ocasiones para revelarnos grandes cosas a través de ellos, incluso desea el poder compararnos con ellos.

  Los árboles son símbolo de la fe. No ven ni necesitan ver; su vida es ser y estar. Es crecer, con las raíces bien arraigadas en el suelo, pero crecen hacia arriba, en busca de Dios.
  Tal vez, uno de nuestros mayores problemas sea el ver, a veces el pretender ver demasiado.
  Los árboles, por no ver, no son presumidos ni pretenciosos, son lo que son, lo que deben ser, sin pretender ser otra cosa sino ellos mismos. Viven y crecen permaneciendo inamovibles en el lugar que les corresponde. Y sin verlo ni saberlo, sin orgullos ni pretensiones, embellecen, enriquecen, vivifican, dan cobijo y sombra en su entorno.
  Cada uno sabe ser árbol, sabe estar y mantenerse en su terreno. Viven y crecen juntos sabiendo respetarse, sin juzgar ni entrometerse en el terreno y la vida de sus iguales. Dios no los creó para ser líderes, sino para ser testigos de vida. No los hizo maestros de una sabiduría que se expresa con palabras, sino con la evidencia de que ellos mismos son guiados. Sus raíces son guiadas hacia el Agua de Vida, y sus ramas hacia la Luz. Tal vez, esa forma de vida tan saludable, sea lo que haga tan hermosa la frondosidad de los bosques.


  Los árboles no son sabios, su sabiduría es la Dios. En su ser y saber estar, manifiestan con su vida y sus frutos la esencia y la sabiduría de su Creador. Les basta y se conforman con ir creciendo, aprendiendo a ser como su Maestro. 
  No les influyen las carencias o los defectos de sus semejantes, siguen siendo árboles a pesar de todo, ajenos a toda imperfección o defecto de su alrededor, dando y sacando cada uno lo mejor de sí mismo, para Dios y los demás. 
...Yo os he elegido... 
y os he destinado 
para que vayáis y deis fruto,
y vuestro fruto permanezca.
Jn 15
  Sus frutos son su esencia, no el resultado de ninguna decisión premeditada. Sus frutos no son abstractos, ni son buenas intenciones, sino frutos evidentes, palpables, más o menos dulces o ácidos, pequeños o grandes..., pero que alimentan y revitalizan. Son frutos vistosos que invitan y atraen hacia sí despertando el deseo de saciedad del hambriento. Frutos que, al ser partidos y abiertos, descubren en su interior semillas de vida perdurable y perpetúa.

Los árboles son testigos de nuestra historia, de nuestros paisajes y climas. Las personas, como árboles, para bien o para mal, lo somos de la sociedad en que vivimos. 

Los árboles, sin plantearse cómo salvar al mundo, 
lo están oxigenando y salvando. 
Sólo siendo árboles, sacando y dando de su interior
lo mejor de sí mismos. 
Joan Palero



“La Iglesia es enviada a despertar esta esperanza en todas partes, especialmente donde es ahogada por condiciones existenciales difíciles, a veces inhumanas, donde la esperanza no respira, se sofoca. Necesitamos el oxígeno del Evangelio, el soplo del Espíritu de Cristo Resucitado, que vuelva a encender los corazones.
Papa Francisco-JMJ 2013 Brasil-


JMJ Rio-2013 
Los ancianos, árboles que dan fruto.
"Sácate primero la viga de tu ojo,
y entonces verás claro para sacar la mota
del ojo de tu hermano"


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