Las llagas de Jesús nos abren todo su misterio.
¡PAZ A VOSOTROS! 

En la homilía de la Misa del II Domingo de Pascua (2015), el Papa Francisco trató de la misericordia divina. Este domingo fue instituido por Juan Pablo II como siendo el "Domingo de la Misericordia". Y el Papa afirmó en su sermón: "Las llagas de Jesús son llagas de misericordia".

 HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO
San Juan, presente en el Cenáculo con los otros discípulos al anochecer del primer día de la semana, refiere que Jesús vino, se puso en medio de ellos y dijo: «¡La paz esté con vosotros!». Y «les mostró las manos y el pecho» (20, 19-20), les mostró sus llagas.
Reconocieron, así, que no se trataba de una visión, sino era Él mismo, el Señor, y se llenaron de alegría.
Ocho días después, Jesús vino de nuevo al Cenáculo y mostró las llagas a Tomás a fin de que las tocase como él pretendía para poder creer y tornarse, también él, un testigo de la Resurrección.
Hoy, en este Domingo que San Juan Pablo II quiso titular a la Misericordia Divina, el Señor nos muestra también a nosotros, a través del Evangelio, sus llagas. Son llagas de misericordia. ¡Es verdad! Las llagas de Jesús son llagas de misericordia. «Fuimos curados por sus llagas» (Is 53, 5).

Jesús nos invita a contemplar estas llagas, nos invita a tocarlas -como hizo con Tomás- a fin de curar nuestra incredulidad. Nos invita sobre todo a entrar en el misterio de estas llagas, que es el misterio de su amor misericordioso.
A través de ellas, como por una brecha luminosa, podemos ver todo el misterio de Cristo y de Dios: su Pasión, su vida terrenal -llena de compasión por los pequeñitos y los enfermos- su encarnación en el vientre de María. Y podemos remontar a toda la historia de la salvación: las profecías -especialmente las del Siervo de Yahweh-, los Salmos, la Ley y la alianza, hasta la liberación de Egipto, la primera Pascua y a la sangre de los corderos inmolados; y remontar también a los Patriarcas hasta Abraham y, más allá en la noche de los tiempos, hasta Abel y su sangre que clama de la tierra. Todo esto podemos ver a través de las llagas de Jesús Crucificado y Resucitado y, como María en el Magníficat, podemos reconocer que «su misericordia se extiende de generación en generación» (Lc1, 50).

A veces, delante de los acontecimientos trágicos de la historia humana, nos quedamos como aplastados y nos preguntamos: «¿Por qué?». La maldad humana puede abrir en el mundo como que zanjas, grandes vacíos: vacíos de amor, vacíos de bondad, vacíos de vida. Y nos surge entonces la pregunta: ¿Cómo podemos llenar estas zanjas? A nosotros, es imposible; solo Dios puede llenar estos vacíos que el mal abre en nuestros corazones y en nuestra historia. Es Jesús, hecho hombre y muerto en la cruz, que llena el abismo del pecado con el abismo de su misericordia.

Los Santos nos enseñan que se cambia el mundo a partir de la conversión del propio corazón, y esto sucede gracias a la misericordia de Dios. Por eso, ya sea delante de mis pecados, ya sea delante de las grandes tragedias del mundo, «la consciencia se sentirá turbada, pero no será abalada, porque me acordaré de las heridas del Señor. De hecho, "fue traspasado por causa de nuestros crímenes" (Is 53, 5). ¿Qué habrá de tan mortal que no pueda ser disuelto por la muerte de Cristo? » (ibid.).
Con la mirada dirigida hacia las llagas de Jesús Resucitado, podemos cantar con la Iglesia: «Su amor dura para siempre» (Sal 117, 2); su misericordia es eterna. Y, con estas palabras grabadas en el corazón, caminemos por las estradas de la historia, con la mano en la mano de nuestro Señor y Salvador, nuestra vida y nuestra esperanza.

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